"Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré."
¿Me permiten exponerles la doctrina de este texto, para luego mostrarles cómo es implementado, especialmente en el tiempo de la vejez?
I. Yo sostengo que LA DOCTRINA DEL TEXTO ES: la constancia del amor de Dios, su perpetuidad, y su naturaleza inalterable. Dios declara que Él no es simplemente el Dios del santo joven; que Él no es simplemente el Dios del santo de edad mediana: sino que Él es el Dios de los santos en todas sus edades, de la cuna a la tumba. "Y hasta la vejez yo mismo"; o, como lo traduce Lowth más hermosa y apropiadamente: "Y hasta la vejez yo soy el mismo, y hasta las canas te soportaré."
La doctrina, entonces, es doble: que Dios mismo es el mismo, sin importar cuál sea nuestra edad; y que los tratos de Dios para con nosotros, tanto en la providencia como en la gracia, tanto cuando nos soporta como cuando nos guarda, son igualmente inalterables.
(1.) En cuanto a la primera parte de la doctrina, que expresa que Dios es el mismo cuando llegamos a la ancianidad, seguramente no tengo necesidad de demostrárselos. Abundantes testimonios de la Escritura declaran que Dios es un ser inmutable, sobre cuya frente no hay una sola arruga debido a la edad, y cuya fortaleza no se debilita por el paso de las edades; pero si necesitáramos pruebas, podríamos mirar a la naturaleza en cualquier parte, y a partir de allí deberíamos adivinar que Dios no cambiará durante el breve período de nuestra vida mortal. ¿Acaso me parece algo difícil que Dios sea el mismo durante setenta años, cuando descubro muchas cosas en la naturaleza que han retenido el mismo perfil e imagen durante muchos años más?
¡Contemplen el sol! El sol que condujo a nuestros padres a su diaria labor, nos ilumina todavía; y la luna, por la noche, es la misma: el mismísimo satélite, resplandeciente con la luz de su señor, el sol. ¿Acaso las rocas no son las mismas? ¿Y no hay muchos árboles añosos, que permanecen siendo casi los mismos durante multitudes de años, y sobreviven a los siglos? ¿Acaso no es la tierra, en su mayor parte, la misma? ¿Han perdido las estrellas su brillo? ¿Acaso las nubes no derraman su lluvia sobre la tierra? ¿Acaso el océano no palpita todavía con ese grandioso pulso único de flujo y reflujo? ¿No aúllan todavía los vientos, o no respiran en delicadas brisas sobre la tierra? ¿Acaso no brilla todavía el sol? ¿No crecen las plantas como lo hacían antiguamente? ¿Ha cambiado la cosecha? ¿Ha olvidado Dios Su pacto del día y de la noche? ¿Acaso ha traído otro diluvio sobre la tierra? ¿Acaso ésta no está en el agua y fuera del agua? Ciertamente, entonces, si la naturaleza cambiante, -hecha para que pase en unos cuantos años más, y que será "deshecha, y se fundirá"- permanece siendo la misma a través de los ciclos de setenta años, ¿no podemos creer que Dios, que es más grande que la naturaleza, y es el creador de todos los mundos, permanecerá siendo el mismo a lo largo de un período tan breve? ¿No basta eso?
Entonces, tenemos otra prueba. Si tuviéramos un nuevo Dios, no deberíamos tener las Escrituras: si Dios hubiese cambiado, entonces necesitaríamos una nueva Biblia. Pero la Biblia que lee el niño es la Biblia del hombre canoso; la Biblia que yo llevaba conmigo a mi escuela dominical, es la que me sentaré a leer, cuando, ya canoso, me falle toda fuerza salvo la que es divina. La promesa que me alegraba en la joven mañana de la vida, cuando me consagré por primera vez a Dios, me alentará cuando mis ojos estén debilitados por la edad, y la luz del sol del cielo los ilumine y vean fulgurantes visiones de mundos muy distantes, donde espero morar por siempre.
La palabra de Dios es todavía la misma; ninguna promesa ha sido abolida. Las doctrinas son las mismas; las verdades son las mismas; todas las declaraciones de Dios permanecen inalterables para siempre; y yo sostengo, a partir del propio hecho de que el Libro de Dios no es afectado por los años, que Dios mismo ha de ser inmutable, y que Sus años no lo cambian. Consideren nuestra adoración: ¿no es la misma? ¡Oh, amigos de cabezas canosas! Ustedes pueden recordar muy bien cuando eran llevados a la casa de Dios en su niñez, y escuchaban los mismísimos himnos que oyen ahora. ¿Han perdido su sabor? ¿Han perdido su música? A veces, cuando es ofrecida la oración, ustedes recuerdan que su anciano pastor elevaba la misma petición hace cincuenta años; pero la petición es tan buena como siempre. Permanece todavía sin cambio; es la misma alabanza, la misma oración, la misma exposición, la misma predicación. Toda nuestra adoración es la misma. Y para muchas personas, se trata de la misma casa de Dios, donde fueron dedicadas a Dios en el bautismo.
Ciertamente, hermanos míos, si Dios hubiese cambiado, habríamos estado obligados a hacer una nueva forma de adoración; si Dios no hubiese sido inmutable, habríamos tenido la necesidad sacrificar nuestro sagrado servicio frente a un nuevo método. Pero, puesto que nos encontramos inclinándonos a semejanza de nuestros padres, con las mismas oraciones, y cantando los mismos salmos, creemos debidamente que Dios mismo debe ser inmutable.
Pero contamos con mejores pruebas que esta, que Dios es inmutable. Aprendemos esto de la dulce experiencia de todos los santos. Ellos testifican que el Dios de su juventud es el Dios de sus años postrimeros. Reconocen que Cristo "tiene el rocío de su juventud." Cuando le vieron por primera vez como el resplandeciente y glorioso Emanuel, pensaron que era "todo él codiciable"; y cuando le ven ahora, no ven una belleza desmejorada, y una gloria que ha partido: es el mismísimo Jesús. Cuando descansaron por primera vez en Él, se dieron cuenta de que Sus hombros eran lo suficientemente fuertes para sostenerlos; y encuentran que esos hombros son todavía tan poderosos como siempre. Pensaron que al principio Sus entrañas en verdad se derretían de amor, y que Su corazón latía aceleradamente con misericordia; y encuentran que sigue siendo el mismo. Dios no ha cambiado; por esto "no habéis sido consumidos." Ponen su confianza en Él, porque todavía no han advertido una sola alteración en Él. Su carácter, Su esencia, Su ser, y Sus actos, todos ellos son los mismos; y, además, para coronarlo todo, no podemos suponer un Dios, si no podemos suponer un Dios inmutable. Un Dios que cambiara no sería Dios. No podríamos captar la idea de la Deidad si permitiéramos alguna vez a nuestras mentes que dieran entrada al pensamiento de mutabilidad. De todas estas cosas, entonces, concluimos que "hasta la vejez Él mismo, y hasta la canas nos soportará
FRAGMENTO DE LA PREDICACION DE CHARLES SPURGEON